CIMAC NOTICIAS: 3 - Mayo - 2007
Aunque no se cuenta con un registro puntual del cáncer a través de
la historia, existen evidencias del conocimiento que de él tuvieron
civilizaciones antiguas. Por ejemplo, los egipcios diferenciaban los tumores
malignos de los benignos, como dejaron asentado en papiros que datan del año
1500 a. C aproximadamente.
Así lo explicó la historiadora Elsa Malvido Miranda en su
conferencia Morir de cáncer, una historia antigua, en la cual hizo un
recuento histórico de esa enfermedad que al parecer es consustancial al ser
humano. Para ejemplificar su persistencia a través del tiempo, mencionó el
diagnóstico de un osteocondroma en un fémur de restos prehistóricos.
Del estudio de los papiros mencionados, se deduce que para los
egipcios el mal no tenía cura y el único tratamiento que existía era un
paliativo, consistente en extirpar o quemar los tumores que brotaban de la
piel, aunque se sabía que después volvían a aparecer en otras partes del
cuerpo.
Otras evidencias del cáncer en el antiguo Egipto son las que
encontró el inglés Augustus Granville, cuando hacia 1825 diseccionó una
momia femenina y determinó la existencia de tumores en los ovarios. En otros
cráneos, pertenecientes a la Dinastías III y V, encontró indicios del
padecimiento, semejantes a los hallados en restos de los años 3500 y 3000
a.C. También identificó tumores malignos en momias de la vigésima Dinastía.
En Persia, en el año 520 a.C., se practicó la curación de un
supuesto tumor de pecho que sufrió Atossa, la esposa de Darío. Aún cuando se
cree que el diagnóstico se confundió con un padecimiento inflamatorio, se le
ubica como un registro antiguo de patología tumoral.
En su recuento, la coordinadora del Seminario de Estudios sobre la
Muerte, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) explicó que
el médico británico Douglas Darry encontró, en 1909, en una persona
momificada entre los siglos IV y VI a.C. aproximadamente, pruebas de la
enfermedad en el cráneo.
Otras investigaciones en cráneos y en huesos con perforaciones
provocadas, sugieren la existencia de tumores en poblaciones prehispánicas
de Estados Unidos, México y Perú. En Asia, la falta de literatura traducida
a las lenguas de occidente ha dificultado el conocimiento de casos de
cáncer.
Tratamientos
Al referirse a los tratamientos utilizados a lo largo de la historia
para combatir los distintos tipos de cáncer, mencionó la hidroterapia, el
empleo de enemas -líquidos que se introducen por vía rectal en la porción
terminal del intestino-, las dietas especiales, el ejercicio y el uso de la
herbolaria tradicional, de ungüentos y de sanguijuelas.
En los citados papiros egipcios, pudieron identificarse ocho casos
de tumores en pecho de mujeres, los cuales fueron cauterizados con un
instrumento caliente, al que se llamaba "taladro de fuego", utilizado para
destruir el tejido maligno que brotaba. Otro tipo de erupciones externas
también eran extirpadas con un procedimiento quirúrgico similar al que se
practica en nuestros días.
En el papiro egipcio de Ebers ya se contemplaba la hidroterapia como
una práctica habitual. Consistía en la introducción de sustancias líquidas
al intestino a través del ano, tratamiento que médicos ingleses y
estadounidenses recomendaban en el siglo XIX.
La medicina occidental o hipocrática intentaba combatir el exceso de
bilis negra en el cuerpo, que identificaba como la causa del cáncer. Ese
pensamiento de Hipócrates perduró por mil 400 años.
En 1712, Juan de Esteyneffer publicó en México su Florilegio
Medicinal. En este texto se proponía, para mitigar el dolor y evitar que
prosperara el tumor, el uso de sanguijuelas, tomar remedios y aplicar
ungüentos, elaborados con plantas, como la siempreviva, la verdolaga y la
lechuga, además de animales, como ranas verdes y cangrejos de río.
Las recetas de Juan de Esteyneffer contenían además otros
ingredientes poco comunes, como extraer leche de una madre, cocinar el
excremento humano y comer semillas de amapola, entre otros. En algunos
casos, la efectividad del remedio se vinculaba, por ejemplo, a la aparición
de la luna.
En 1913, el doctor John H. Kellogg propuso una alimentación
saludable basada en semillas y hacer ejercicio como medio para evitar la
propagación del cáncer. Actualmente, se vincula a la depresión humana como
inductora del proceso canceroso, toda vez que el organismo se debilita y
queda expuesto a desarrollar diversas enfermedades.
La conferencia Morir de Cáncer, una historia antigua, formó parte de
los trabajos del Taller de estudios sobre la muerte, en el que se abordan
diversos temas en conferencias que van dirigidas a todo el público y que se
realizan cada 15 días, en forma gratuita, en la dirección de Estudios
Históricos del INAH, ubicada en la calle de Allende, número 172, esquina
Juárez, en el centro de Tlalpan.
http://www.cimacnoticias.com/site/07050303-Cancer-companero-d.17469.0.html
El cáncer en el Egipto de los faraones
José Antonio Garrido
EDWIN Smith fue un notable egiptólogo que desarrolló buena parte de su trabajo en la segunda mitad del siglo XIX. Se formó en los más importantes centros de París y Londres y adquirió gran importancia en el estudio de la lengua egipcia. Pero no sería todo ello lo que le otorgaría honor y renombre sino la adquisición de un papiro a un comerciante de la ciudad de Luxor. El egiptólogo entendió enseguida que este papiro de más de cuatro metros y medio de longitud era un tratado de medicina, pero su sorpresa fue mayúscula al comprobar que lo que tenía entre las manos se estaba convirtiendo en el documento médico más antiguo del que se tenía conocimiento en el mundo, con casi cinco mil años de antigüedad.
El que ha pasado a la historia como el papiro de Edwin Smith demuestra que los egipcios tenían un conocimiento bastante exacto de órganos humanos tales como el corazón, el hígado, el bazo, los riñones y los uréteres, y la vesícula, además de tratar con mucha más racionalidad de la que se les suponía ciertos procedimientos quirúrgicos. Y es que este papiro está formado por un número determinado de casos, que la mayoría de las veces eran lesiones traumáticas que fueron tratadas con cirugía.
Pero hay un hecho que resulta más sorprendente aún y es que en el papiro aparece la primera descripción escrita de un cáncer. En éste se describen ocho casos de cáncer de mama, que son tratados con cauterización, aunque el escrito dice de la enfermedad que "no tenía tratamiento".
Desde entonces, el conocimiento sobre el cáncer ha crecido muchísimo tanto en la detección como en el tratamiento, aunque la enfermedad sigue siendo una de las principales causas de mortalidad en occidente. Según la Sociedad Americana del Cáncer, éste provoca en torno al 13 % de todas las muertes, lo que supone un número próximo a los ocho millones de fallecimientos en el mundo cada año. De todos ellos, más del 90 % están provocados por un proceso denominado metástasis.
Se conoce como metástasis a la diseminación de un tumor primario a otros órganos distantes y sanos. Para que esto ocurra las células cancerígenas tienen que ser capaces de penetrar en los vasos sanguíneos o linfáticos próximos al tumor para acceder a la circulación sanguínea -forzando al sistema circulatorio a producir nuevos vasos, mediante un proceso denominado angiogénesis- e invadir tejidos sanos.
Clásicamente se habla de tumor benigno para referirnos a aquellos que no son capaces de metastatizar a órganos distantes y de tumor maligno, al que sí que es capaz de hacerlo. Es decir, los tumores benignos crecen sólo localmente y por lo tanto es más sencillo su tratamiento, mientras que los tumores malignos son capaces de propagarse, haciendo mucho más compleja la lucha médica contra la enfermedad.
Para que la metástasis ocurra se tienen que dar una serie de reacciones agrupadas en lo que se conoce como cascada metastática, que acaba en la formación de un tumor secundario. Esto sólo es posible si se producen ciertas alteraciones moleculares que dan lugar a la expresión de algunos genes.
Uno de los primeros genes que se vio que estaban relacionados con procesos de metástasis es el que da lugar a la proteína "twist", que se encarga de activar o desactivar ciertos genes. Esta proteína se encuentra disponible en el desarrollo embrionario, donde su función es imprescindible ya que controla la producción y migración de todos los tejidos, pero que desaparece después para permanecer ausente durante el resto de la vida. Pues bien, se ha visto que en un gran número de tumores que acaban metastatizando, esta proteína se encuentra activa.
También el español Joan Massagué, junto a su equipo, ha identificado un paquete de 18 genes implicados en la aparición de metástasis, de los cuales la acción conjunta de sólo cuatro es capaz de desencadenar el proceso. De las proteínas a las que dan lugar estos genes ya se conocía su implicación en procesos inflamatorios y tumorales, pero ahora, además, se sabe de su papel en la diseminación del cáncer.
Y mucho más recientemente, en Diciembre de 2008, un grupo de investigadores británicos publicaba que la expresión de una proteína denominada Fosfolipasa C?1, que está relacionada con la activación de ciertos tipos de lifoncitos -linfocitos Th-, jugaba un papel determinante en procesos de metástasis. El avance de la ciencia en este sentido debe despertar en nosotros moderada ilusión. Es probable que en un futuro a medio plazo se conozcan todos los genes implicados en el cáncer y usar este conocimiento para su tratamiento, pero ese día queda aún en el horizonte.
http://www.elalmeria.es/article/opinion/332248/cancer/egipto/los/faraones.html
El papiro de Adwin Smith y la civilización egipcia y se decarga
en esta página web
http://www.anm.org.ve/FTPANM/online/Gaceta%202002%20Julio-Septiembre/13.%20%20Puigb%C3%B3%20J%20(378-385).pdf
José Antonio Garrido
EDWIN Smith fue un notable egiptólogo que desarrolló buena parte de su trabajo en la segunda mitad del siglo XIX. Se formó en los más importantes centros de París y Londres y adquirió gran importancia en el estudio de la lengua egipcia. Pero no sería todo ello lo que le otorgaría honor y renombre sino la adquisición de un papiro a un comerciante de la ciudad de Luxor. El egiptólogo entendió enseguida que este papiro de más de cuatro metros y medio de longitud era un tratado de medicina, pero su sorpresa fue mayúscula al comprobar que lo que tenía entre las manos se estaba convirtiendo en el documento médico más antiguo del que se tenía conocimiento en el mundo, con casi cinco mil años de antigüedad.
El que ha pasado a la historia como el papiro de Edwin Smith demuestra que los egipcios tenían un conocimiento bastante exacto de órganos humanos tales como el corazón, el hígado, el bazo, los riñones y los uréteres, y la vesícula, además de tratar con mucha más racionalidad de la que se les suponía ciertos procedimientos quirúrgicos. Y es que este papiro está formado por un número determinado de casos, que la mayoría de las veces eran lesiones traumáticas que fueron tratadas con cirugía.
Pero hay un hecho que resulta más sorprendente aún y es que en el papiro aparece la primera descripción escrita de un cáncer. En éste se describen ocho casos de cáncer de mama, que son tratados con cauterización, aunque el escrito dice de la enfermedad que "no tenía tratamiento".
Desde entonces, el conocimiento sobre el cáncer ha crecido muchísimo tanto en la detección como en el tratamiento, aunque la enfermedad sigue siendo una de las principales causas de mortalidad en occidente. Según la Sociedad Americana del Cáncer, éste provoca en torno al 13 % de todas las muertes, lo que supone un número próximo a los ocho millones de fallecimientos en el mundo cada año. De todos ellos, más del 90 % están provocados por un proceso denominado metástasis.
Se conoce como metástasis a la diseminación de un tumor primario a otros órganos distantes y sanos. Para que esto ocurra las células cancerígenas tienen que ser capaces de penetrar en los vasos sanguíneos o linfáticos próximos al tumor para acceder a la circulación sanguínea -forzando al sistema circulatorio a producir nuevos vasos, mediante un proceso denominado angiogénesis- e invadir tejidos sanos.
Clásicamente se habla de tumor benigno para referirnos a aquellos que no son capaces de metastatizar a órganos distantes y de tumor maligno, al que sí que es capaz de hacerlo. Es decir, los tumores benignos crecen sólo localmente y por lo tanto es más sencillo su tratamiento, mientras que los tumores malignos son capaces de propagarse, haciendo mucho más compleja la lucha médica contra la enfermedad.
Para que la metástasis ocurra se tienen que dar una serie de reacciones agrupadas en lo que se conoce como cascada metastática, que acaba en la formación de un tumor secundario. Esto sólo es posible si se producen ciertas alteraciones moleculares que dan lugar a la expresión de algunos genes.
Uno de los primeros genes que se vio que estaban relacionados con procesos de metástasis es el que da lugar a la proteína "twist", que se encarga de activar o desactivar ciertos genes. Esta proteína se encuentra disponible en el desarrollo embrionario, donde su función es imprescindible ya que controla la producción y migración de todos los tejidos, pero que desaparece después para permanecer ausente durante el resto de la vida. Pues bien, se ha visto que en un gran número de tumores que acaban metastatizando, esta proteína se encuentra activa.
También el español Joan Massagué, junto a su equipo, ha identificado un paquete de 18 genes implicados en la aparición de metástasis, de los cuales la acción conjunta de sólo cuatro es capaz de desencadenar el proceso. De las proteínas a las que dan lugar estos genes ya se conocía su implicación en procesos inflamatorios y tumorales, pero ahora, además, se sabe de su papel en la diseminación del cáncer.
Y mucho más recientemente, en Diciembre de 2008, un grupo de investigadores británicos publicaba que la expresión de una proteína denominada Fosfolipasa C?1, que está relacionada con la activación de ciertos tipos de lifoncitos -linfocitos Th-, jugaba un papel determinante en procesos de metástasis. El avance de la ciencia en este sentido debe despertar en nosotros moderada ilusión. Es probable que en un futuro a medio plazo se conozcan todos los genes implicados en el cáncer y usar este conocimiento para su tratamiento, pero ese día queda aún en el horizonte.
http://www.elalmeria.es/article/opinion/332248/cancer/egipto/los/faraones.html
El papiro de Adwin Smith y la civilización egipcia y se decarga
en esta página web
http://www.anm.org.ve/FTPANM/online/Gaceta%202002%20Julio-Septiembre/13.%20%20Puigb%C3%B3%20J%20(378-385).pdf
Sobre esa momia que mencionas llamada Irtyersen, hay un artículo que leí hace tiempo.
Fresh autopsy of Egyptian mummy shows cause of death was TB not cancerA macabre 19th century autopsy of of the mummy of a 50-year-old woman named Irtyersenu misdiagnosed her cause of death
Ian Sample
The mysterious death of an Egyptian woman, whose mummy became a public spectacle in Georgian Britain, has been solved by a team of researchers in London.
Forensic analysis of tissues taken from the 2,600-year-old corpse has revealed signs of tuberculosis, a disease that was widespread in Egypt.
The mummy of Irtyersenu or "lady of the house" became the first to go under the surgeon's knife in an autopsy in 1825, when England was in the grip of mummy mania.
The remains were unveiled to a large crowd in a macabre lecture by Dr Augustus Granville who, in a theatrical flourish, lit the room at the Royal Society with candles made from wax scraped from the shrivelled corpse.
The examination revealed that Irtyersenu "had very considerable dimensions", was around 50 years old when she died, and had borne several children. Her body was so well preserved, Granville said he could identify the cause of death as ovarian cancer.
The corpse, which has been dated to 600 BC, had been removed from the necropolis in Thebes by a young explorer called Archibald Edmonstone, who had passed it on to Dr Granville to investigate. The autopsy laid the foundations of the scientific study of Egypt's mummies.
Irtyersenu was bought by the British Museum in 1853, but lay forgotten in a storage room until the 1980s when John Taylor, an Egyptologist at the museum, stumbled upon a large chest containing her remains.
Writing in the journal Proceedings of the Royal Society B, researchers at University College London and the British Museum describe how they performed a modern autopsy on the mummified remains.
Dr Granville was right in identifying ovarian cancer, but the tumour – roughly the size of an orange – was a benign type called a cystadenoma and so could be ruled out as the cause of death.
The researchers, led by Helen Donoghue, analysed tissue from Irtyersenu's thigh bones and hand, and also from her lungs, gall bladder and other organs. The tests revealed the presence of DNA from Mycobacterium tuberculosis, the pathogen that causes TB, in the lungs and gall bladder, and in other tissues that are thought to have come from her diaphragm or from her pleura, the thin membrane that covers the lungs. Further signs of the disease were detected in her thigh bones.
"We are able to enhance the original paper by Granville to the Royal Society by concluding that there is evidence of an active tuberculosis infection in the lady Irtyersenu and that this rather than a benign ovarian cystadenoma, was likely to be a major cause of her death," the authors write.
John Taylor at the British Museum said Irtyersenu provides a rare insight into the health of the ancient Egyptians because her internal organs were preserved so well. "A lot of her organs were present that are not normally found in Egyptian mummies," Taylor told the Guardian.
When wealthy individuals were mummified they usually had their organs removed, with the brain being pulled out through the nose and the rest through an incision in the abdomen. "In this mummy it was totally different. Most of the organs were left inside, so the digestive and reproductive systems and some of her organs were in good condition," Taylor said.
The technique used to preserve Irtyersenu suggests that she was not from the higher social classes, but ornate paintings on her coffin suggest she was not among the poorest either.
The investigation has shed light on another puzzle surrounding Irtyersenu and the public lecture that brought Dr Granville fame in 1825. The doctor believed the woman had been preserved by being submerged in a tank of hot beeswax mixed with bitumen. It was this material he believed he had removed from the corpse to make candles for his lecture.
However, the latest study found no evidence of beeswax or bitumen on Irtyersenu's remains. Instead, the researchers suspect the wax Dr Granville collected was a substance called adipocere, which is produced when fat breaks down in decomposing bodies.
en este enlace hay un link de audio
http://www.guardian.co.uk/science/2009/sep/30/autopsy-egyptian-mummy-tb-cancer
imagenes
Fresh autopsy of Egyptian mummy shows cause of death was TB not cancerA macabre 19th century autopsy of of the mummy of a 50-year-old woman named Irtyersenu misdiagnosed her cause of death
Ian Sample
The mysterious death of an Egyptian woman, whose mummy became a public spectacle in Georgian Britain, has been solved by a team of researchers in London.
Forensic analysis of tissues taken from the 2,600-year-old corpse has revealed signs of tuberculosis, a disease that was widespread in Egypt.
The mummy of Irtyersenu or "lady of the house" became the first to go under the surgeon's knife in an autopsy in 1825, when England was in the grip of mummy mania.
The remains were unveiled to a large crowd in a macabre lecture by Dr Augustus Granville who, in a theatrical flourish, lit the room at the Royal Society with candles made from wax scraped from the shrivelled corpse.
The examination revealed that Irtyersenu "had very considerable dimensions", was around 50 years old when she died, and had borne several children. Her body was so well preserved, Granville said he could identify the cause of death as ovarian cancer.
The corpse, which has been dated to 600 BC, had been removed from the necropolis in Thebes by a young explorer called Archibald Edmonstone, who had passed it on to Dr Granville to investigate. The autopsy laid the foundations of the scientific study of Egypt's mummies.
Irtyersenu was bought by the British Museum in 1853, but lay forgotten in a storage room until the 1980s when John Taylor, an Egyptologist at the museum, stumbled upon a large chest containing her remains.
Writing in the journal Proceedings of the Royal Society B, researchers at University College London and the British Museum describe how they performed a modern autopsy on the mummified remains.
Dr Granville was right in identifying ovarian cancer, but the tumour – roughly the size of an orange – was a benign type called a cystadenoma and so could be ruled out as the cause of death.
The researchers, led by Helen Donoghue, analysed tissue from Irtyersenu's thigh bones and hand, and also from her lungs, gall bladder and other organs. The tests revealed the presence of DNA from Mycobacterium tuberculosis, the pathogen that causes TB, in the lungs and gall bladder, and in other tissues that are thought to have come from her diaphragm or from her pleura, the thin membrane that covers the lungs. Further signs of the disease were detected in her thigh bones.
"We are able to enhance the original paper by Granville to the Royal Society by concluding that there is evidence of an active tuberculosis infection in the lady Irtyersenu and that this rather than a benign ovarian cystadenoma, was likely to be a major cause of her death," the authors write.
John Taylor at the British Museum said Irtyersenu provides a rare insight into the health of the ancient Egyptians because her internal organs were preserved so well. "A lot of her organs were present that are not normally found in Egyptian mummies," Taylor told the Guardian.
When wealthy individuals were mummified they usually had their organs removed, with the brain being pulled out through the nose and the rest through an incision in the abdomen. "In this mummy it was totally different. Most of the organs were left inside, so the digestive and reproductive systems and some of her organs were in good condition," Taylor said.
The technique used to preserve Irtyersenu suggests that she was not from the higher social classes, but ornate paintings on her coffin suggest she was not among the poorest either.
The investigation has shed light on another puzzle surrounding Irtyersenu and the public lecture that brought Dr Granville fame in 1825. The doctor believed the woman had been preserved by being submerged in a tank of hot beeswax mixed with bitumen. It was this material he believed he had removed from the corpse to make candles for his lecture.
However, the latest study found no evidence of beeswax or bitumen on Irtyersenu's remains. Instead, the researchers suspect the wax Dr Granville collected was a substance called adipocere, which is produced when fat breaks down in decomposing bodies.
en este enlace hay un link de audio
http://www.guardian.co.uk/science/2009/sep/30/autopsy-egyptian-mummy-tb-cancer
imagenes
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