Interesantes exámenes forenses sobre los cuerpos así se sabe que el infante no fue envenenado y las caracteristicas de los restos enterrados, pero faltaria analizar la momia enterrada en el monasterio de Guadalupe
Secretos bajo las tumbas
Un estudio antropológico sobre los reescribe la historia seis siglos después
25.02.09 - ÁNGEL DEL POZO| VALLADOLID
En ciertas ocasiones los estudios científicos ponen entredicho lo que describen los antiguos cronistas. Este ha sido el veredicto de una investigación dirigida por los profesores Luís Caro y María Edén Fernández. Se han examinado los restos óseos de los que fueran padres (Juan II de Castilla e Isabel de Portugal) y hermano (el infante rey Alfonso) de Isabel I de Castilla, conocida universalmente por Isabel la Católica, que yacen en el panteón real de la Cartuja de Miraflores (Burgos). Estudios antropométricos, genéticos y toxicológicos dan un giro en ciertos aspectos de la historiografía oficial.
Estamos en el siglo XV, en una encrucijada cuya solución puede llevar a España a encaminarse hacia futuros diametralmente distintos. Al morir Juan II, sube al trono Enrique IV, nacido en la desaparecida Casa de las aldabas de la calle Teresa Gil de Valladolid. Tras un matrimonio -cuando contaba con 15 años- con Blanca de Navarra y que fue anulado por el Papa contrae segundas nupcias con Juana de Portugal. De este enlace nacería Juana, apodada para siempre la Beltraneja, por la creencia -en la presunta impotencia del rey- de que era, en realidad, hija de Beltrán de la Cueva. Ante las presiones de la nobleza, Enrique IV acepta nombrar heredero a su hermano, el infante Alfonso, cuyo ordinal, según muchos historiadores habría sido XII, hecho que modificaría el nombramiento de los siguientes monarcas de este nombre. Alfonso murió de extraña enfermedad a los 14 años en Cardeñosa (Ávila), en pleno enfrentamiento con su hermano Enrique. En principio se quiso achacar su muerte a la peste, pero el médico que estudia el cadáver acabó con las sospechas: «Ninguna señal de pestilencia en él apareció». Siempre existieron ciertas sospechas de envenenamiento.
Tras la muerte de éste, Enrique firma con su hermanastra Isabel el Tratado de los Toros de Guisando, según el cual nombrará heredera a Isabel, dejando a su hija Juana fuera de la sucesión. A cambio, la futura reina se compromete a no casarse sin la aprobación del rey. En 1469, Isabel contrae matrimonio secreto con Fernando de Aragón. Enrique considera roto el acuerdo y proclama a Juana heredera al trono. Su muerte provoca la guerra entre los partidarios de Isabel y Juana.
Los cronistas de aquella época describen de esta manera al rey vallisoletano: «Sus ojos feroces, de un color que ya por sí demostraba crueldad, siempre inquietos en el mirar, revelaban con su movilidad excesiva la suspicacia o la amenaza; la nariz deforme, aplastada, rota en su mitad a consecuencia de una caída que sufrió en la niñez, le daba gran semejanza con el mono; ninguna gracia prestaban a la boca sus delgados labios; afeaban el rostro los anchos pómulos, y la barba, larga y saliente, hacía parecer cóncavo el perfil de a cara, cual si se hubiese arrancado algo de su centro». Así le describía el cronista y escritor del siglo XV Alonso de Palencia, uno de los mayores detractores del monarca. Sin embargo su padre Juan II, era descrito con una semblanza agraciada. ¿Coincidirán estos datos con el estudio antropológico? La respuesta es sorprendente.
La investigación comenzó oficialmente en el 2006, cuando el equipo de antropólogos procedió a la apertura de la urna que contenía los supuestos restos de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal, en la cripta bajo el sepulcro de alabastro de Gil Siloe.
Luís Caro y María Edén Fernández se encontraron con el esqueleto de una persona adulta, un varón, con el cráneo y la mayoría de los huesos largos. La ausencia de huesos pequeños determina que es un enterramiento secundario (no fue el lugar original donde se enterró el cadáver). También hallaron fragmentos óseos de huesos largos de brazos y piernas de otra persona, que diagnosticaron como una mujer.
En otro sarcófago se encontraban los restos del infante Alfonso, el análisis antropológico ha evidenciado la coincidencia con los datos históricos. Los restos óseos han permitido definir la edad, el sexo y la alta estatura. Además, los estudios genéticos han permitido corroborar que los restos de Alfonso tiene el mismo ADN mitocondrial de la mujer que comparte sepulcro con Juan II, con lo que queda demostrado que se trata verdaderamente de Isabel de Portugal y su hijo Alfonso. Sin embargo el examen toxicológico no revela existencia de sustancias que puedan confirmar que murió envenenado. No obstante, no se puede asegurar que su muerte se debiera a causas naturales, puesto que los restos se encontraban en un ataúd afectado por la humedad.
Los restos de Juan II
En cuanto al análisis de los supuestos restos de Juan II, estos han determinado que tenía la cara ligeramente torcida hacia el lado izquierdo, así como una nariz grande y de gran giba. Sin embargo, lo más característico de su cara es su nariz deforme a consecuencia de un traumatismo ocurrido en su infancia, que provocó la desviación del tabique nasal hacia el lado izquierdo y una laterorrinia externa del apéndice nasal hacia el lado derecho. La lesión le impedía respirar con normalidad por la nariz y afectó al desarrollo facial izquierdo, que presenta hipoplasia. Es decir, tenía la cara deforme.
El examen óseo del cuerpo ha determinado la coincidencia entre la historia y la edad del hueso, determinando que falleció a los 49 años. Un hecho a destacar es la fractura de su escápula izquierda, ocurrida cuando era adulto. Esta rotura no fue corregida y le dejó secuelas de por vida, que afectaron a la movilidad del hombro y brazo izquierdo, lo que le obligó a ser diestro funcional. Junto a estos, Juan II presenta un tercer defecto que afecta al sacro, como resultado de una variabilidad anatómica congénita denominada enderezamiento del sacro, consistente tanto en la disminución de la cifosis sacra, como del ángulo lumbosacro. En una palabra, este defecto le habría impedido sentarse correctamente. Por tanto, estas características coinciden con los retratos de su hijo Enrique IV y no con Juan II. Además el cuerpo de Enrique IV (también fallecido a los 49 años de edad) se encuentra en teoría momificado y enterrado en el monasterio de Guadalupe (Cáceres). Por tanto todo parece indicar que los restos de Juan II no coinciden con los retratos de los cronistas de la época. Quizás la explicación más lógica sea que se omitieron estas deformes características para traspasarlas al 'perdedor' Enrique IV. Y es que la historia la escriben los vencedores.
http://www.nortecastilla.es/20090225/vida/secretos-bajo-tumbas-20090225.html
María Eden Fdez. y Luís Caro examinan el cráneo de Juan II.Sepulcro del infante Alfonso
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