jueves, 15 de diciembre de 2011

El enigma de los esqueletos clavados

El enigma de los esqueletos clavados



Un ritual de enterramiento sorprendente con un marcado simbolismo oculto

14.01.09 - ÁNGEL DEL POZO
| VALLADOLID


El clavo fue usado en gran parte del mundo antiguo como ajuar funerario. Etruscos, romanos y griegos -entre otros- acompañaban a sus congéneres fallecidos con este objeto, símbolo de inmutabilidad, fijeza, firmeza, unión y como hito que marca la separación entre el fin de un acontecimiento y el principio de otro.
Otro caso muy diferente es el que vamos abordar a continuación, donde el clavo toma un papel activo, siendo usado para atravesar partes de los cadáveres. Un ritual macabro y espeluznante que fue realizado en algunas ocasiones entre la comunidad judía en la España del comienzo de la Baja Edad Media (siglos XI al XIII). Entre las necrópolis excavadas con estas extrañas características, destaca sin duda la del pueblo soriano de Deza. Hasta allí hemos puesto rumbo en compañía del investigador soriano Alberto Arribas para intentar desvelar las claves ocultas de un enigma desconcertante.
Antes ya había conseguido el informe realizado por Blas Taracena Aguirre -el descubridor de la necrópolis- publicado en la revista Investigación y Progreso del 1 de marzo de 1933 (Año VII nº 3). El insigne director del Museo Numantino excavó el antiguo cementerio del llamado Cerro de los Judíos en Deza. Blas Taracena puso al descubierto 57 sepulturas en su zona oriental con la cabecera orientada al Norte. Las tumbas, soterradas en el terreno calizo a uno y dos metros de profundidad, consisten en simples hoyos trapeciales sin revestimiento ni piedra alguna. En el interior guardan el cadáver en posición de decúbito supino (posición corporal acostado boca arriba), con los brazos estirados o blandamente inclinados sobre el cuerpo y sólo por excepción cruzados, y sin otro ajuar que algunas pobres joyas, sortijas de plata, pendientes o collares de vidrios y azabaches.
Desnudos
La ausencia de piezas indumentarias demostraba para Blas Taracena que se les enterró desnudos o en sudarios. Algunas de las joyas llevaban leyendas hebreas, en dos de ellas, el nombre de Dios, Jehová, un poco alterado, como es costumbre, para evitar la pronunciación del nombre santo, acto considerado blasfemo, y en otra el nombre de Schadai, otra de las advocaciones del omnipotente. Estas advocaciones unidas al carácter artístico de algunas de las joyas y a la época de acuñación de algunas monedas, permitieron datar las tumbas como del siglo XII al XIII, confirmando además la leyenda del lugar: Cerro de los Judíos.
Lo verdaderamente sorprendente es que encontró un total de 600 clavos (incluyendo los fragmentos) en 38 de ellas (ocho de niños, tres de púberes y 27 de adultos, varones y hembras). En la que menos había 5 puntas y en la que más hasta 37 clavos de hierro de cabeza circular entre 3 y 7 centímetros de longitud. Muchos de ellos estaban hincados en las osamentas y repetidamente en los mismos lugares de los cadáveres, lo que obliga a pensar que perforaron intencionadamente los cuerpos.
Por todo el cuerpo
Blas Taracena destaca siete esqueletos «que tangencialmente al cráneo y como dibujando su perfil acostado, de frente o de lado, tenían hincados cuatro, cinco o seis puntas recorriendo desde la protuberancia externa del occipital hasta la elevación del frontal; uno de adulto mayor tenía introducido un clavo en el conducto auditivo derecho». Otros presentan clavos en clavículas, húmeros, antebrazos, manos, muñecas y vértebras. Además encontró otros cadáveres que tenían clavos alojados en las articulaciones de los codos, en tibias y en peronés. También llaman la atención otros esqueletos por cuya disposición de los clavos podemos asegurar que se hincaron en el corazón y en la vejiga.
Un ritual desde luego escalofriante y tétrico si además existiese la posibilidad de que fuera realizado en vida.
El arqueólogo soriano descarta esta tesitura: «Al no encontrar en la mayor parte de los huesos lesión producida por los clavos que sólo atravesaban paquetes musculares, fuerza a pensar que para introducirlos se aprovechó la rigidez cadavérica y, por lo tanto, que se trata de actos sufridos 'post morten'».
El verdadero enigma es por tanto: ¿Por qué se introdujeron esos clavos y con qué finalidad?
Blas de Taracena se interroga al respecto y efectúa la siguiente elucubración: «...ello parece en concordancia con la imprecación popular de esta comarca central de España, 'clavado te veas como un judío', mas no podemos tratar de explicarla como cosa especifica de este pueblo, pues a ello se pone su especial idiosincrasia que le hace sentir horror a los cadáveres».
Cabe aquí recordar que el libro sagrado del Talmud proscribe tocar parte alguna de los cadáveres, a excepción sola de los cabellos, que los padres del difunto parecen guardar como recuerdo.
Otra posible explicación radica en la conocida como 'cadáver vivo' que sería la creencia en que el muerto tiene para abandonar la tumba y proseguir contra los vivos sus andanzas y para cuya destrucción es preciso sujetarle a la tumba. Esto podría explicar que se encontraran clavos que sujetaban las partes de mayor movilidad, articulaciones de brazos y piernas. Pero, ¿cómo explicar que se hallaran clavos en la cabeza, corazón y pubis? ¿Y además cómo interpretar que en otras tumbas de la necrópolis no se encontraran presencia de clavos?
Hipótesis
El famoso doctor José María Reverte Coma resume las posibles hipótesis para descifrar este enigma: «La superstición, motivos religiosos, rituales judiciales, martirio, suplicio, aniquilación del muerto vivo o prevención de aparecidos y vampiros, curación de enfermedades padecidas en vida de forma incurable, ritos mágicos, abrir una puerta para la salida del alma, impedir que el cadáver se convierta en zombi (cadáver vivo capaz de hacer daño a los seres humanos vivos) o expiación de pecados cometidos en vida».
Y añade otra posible explicación: «...el temor que siempre ha existido, y especialmente en la Edad Media, a morir enterrado vivo, a ser enterrado en vida. Fue tan grande este temor que se disponía de una cláusula testamentaria por la que se pedía que después de muerto el sujeto se le abriesen las venas para ver si aún corría sangre por ellas y se asegurasen así que estaba muerto y no en trance cataléptico o similar, producido muchas veces por un accidente vascular cerebral».
El prolífico escritor soriano Ángel Almazán también abre otras «advertencias» para desentrañar el misterio: «Tal vez se podría vincular este ritual a la Cábala Judía y a los diferentes centros energéticos del cuerpo sutil y sus entrecruzamientos». Y añade: «Que las cabeceras de las tumbas están orientadas al Norte y Éste, en el simbolismo judío, tiene un carácter negativo pues creían que el mal tiene su residencia en el Norte y que Satán viene del Septentrión».
Claro que ya el hecho de que existan muchas interpretaciones, significa que ninguna de ellas es satisfactoria. Y por tanto el enigma de los esqueletos clavados continúa siendo un misterio sin resolver.






http://www.nortecastilla.es/20090114/vida/enigma-esqueletos-clavados-20090114.html

Dejo este artículo sobre clavos en cuerpos


http://www.gorgas.gob.pa/museoafc/loscriminales/criminologia/clavos.html

por ejemplo dicen:

Desde hace mucho tiempo, especialmente desde que la Arqueología se desarrolla como ciencia, se observó la aparición de clavos en algunas tumbas. Parecía un símbolo que acompañaba al difunto. En España, por ejemplo, las tumbas de Belo (Cádiz) y Azapiedra, Termes, Calatañazor, Castro, Uxama y otras citadas por Taracena, el sepulcro de Algarto y Davela hallado junto a Riba de Sahelices (Guadalajara), las catacumbas de Chiusi en Italia o los cementerios antiguos de Roma y Milán (Taracena, l933), todos contienen clavos.

Pero en otras ocasiones los clavos desempeñan un papel activo, convirtiéndose en instrumento perforador, como es el caso de los cráneos que nos ocupan.

En 1817, Schweighauser, menciona el hallazgo de varios cráneos humanos clavados en la Loma de Saint Micheo o Michelbühl cerca de Strasburgo, y lo interpreta como un lugar donde se ajusticiaba a los reos de grandes crímenes. El yacimiento era al parecer romano. Wernert (1970) señala que este cementerio era el de la antigua villa romana de Argentorate y al lugar se le llama Henckersbühl que significa "Montículo del verdugo", considerándolo excepcional en la antigüedad romana. Sin embargo, es probable que fuese posterior a esta época y sobre un antiguo asiento romano fuese implantado un cementerio muy posteriormente como ha sucedido por ejemplo en Itálica.

Los Samoyedos tenían desde muy remota antigüedad la costumbre de clavar el cadáver sobre el suelo y cubrir los ojos del muerto para que no pudiese ver, si llegaba a resucitar.

Los Buriatos de Siberia clavaban en el suelo a sus chamanes muertos para evitar que volviesen a la tierra. Los indios cunas de Panamá sacaban los ojos a sus Neles muertos para evitar que volviesen al mundo para hacer daño.

Plinio el Viejo ya menciona la fijación en tierra, por clavado simbólico, de la enfermedad, para que ésta no se extendiese. Y a este propósito menciona una receta contra el gran mal o epilepsia, consistente en plantar un clavo de hierro en el sitio donde chocara la cabeza del enfermo durante su primer ataque.

Los griegos del siglo XVIII acostumbraban cortar la cabeza a sus cadáveres y atravesarles las sienes con un enorme clavo para evitar "los aparecidos" (CALMET, 1749).

Obermaier menciona un cráneo atravesado por un clavo hallado en Dyhernfurth, cerca de Breslau y dos esqueletos humanos en Wreschen con clavos de hierro hundidos en el frontal hallados por Boehlich (1925). El mismo Obermaier señala el hecho histórico de que los pequeños rusos y los válacos tenían por costumbre atravesar la cabeza de los cadáveres de los pretendidos vampiros a la altura de la frente y los servios en el punto antropométrico Bregma, con lo que conseguían el aniquilamiento de posibles "vampiros" o "muertos vivientes". Otras veces usaban la cremación, la decapitación, el descuartizamiento o el empalamiento.
Destaco del artículo:
El clavo mágico de los cacodemonios maléficos se practicó en las tumbas egipcias, fenicias, etruscas y romanas. Los cacodemos o cacodemon (del griego Kakodaimon, de kakós, malo y daimon, genio) eran los espíritus demoniacos que reinaban en las tinieblas y que aparecían de noche infundiendo el espanto y el terror. Por oposición al genio benéfico y familiar, todo el mundo tenía su cacodemo que le inspiraba los malos pensamientos y las pasiones perversas.


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